Pegamos un salto de la cama al segundo timbre, no sea que nos quedemos fritos y perdamos el avión. A las 6 y diez ya estamos cogiendo el metro, diez minutos más tarde de lo previsto, pero bien de tiempo.
Como siempre me pasa en la Terminal 4 de Barajas, me agobio un poco con el caos en las colas y mostradores de facturación. Hay más gente que en la guerra. La confusión termina pronto, mi novio guardando cola y yo preguntando. En cuestión de 10 minutos ya estamos ubicados y listos para facturar.
Nos sobra tiempo para comprar una revista, ir al baño y buscar sin éxito alguna cosilla que se me ha olvidado meter en la maleta.
El vuelo se retrasa un poco en el embarque, pero más todavía en despegar. Ya en el avión, nos cuentan no se qué rollo de tráfico aéreo y que nos toca seguir esperando. Casi una hora más tarde de lo previsto salimos de Madrid.
Quien me conoce sabe que soy una flipada de los viajes, tanto que hasta disfruto haciendo las maletas y de la comida de los aviones!!! Pues este viaje no iba a ser menos, así que cuando pasaron el carrito de la comida a las 11 de la mañana y nos plantaron unos macarrones con tomate, casi salto de la emoción, jajaja. Con el madrugón, este desayuno nos supo a gloria, así que luego nos echamos una siestecita como Dios manda.
A las 14h. de Grecia (allí es una hora más tarde), aterrizamos en el aeropuerto Eleftherios Venizelos.
Desde allí nos teníamos que ir al puerto para recoger los tickets del ferry nocturno que cogíamos esa noche hacia Santorini. Dudamos entre coger el metro o el autobús. Yo prefería el autobús porque ya estoy tifa de tanto metro de Madrid, pero me daba reparo por la fama que tiene el tráfico en Atenas.
Nada más salir nos encontramos con el autobús, así que no lo dudamos y nos subimos, sin saber dónde se compraban los billetes ni la hora de salida. Le pregunté a unos españoles dónde habían comprado el billete y me salí corriendo a cogerlos a la taquilla que había fuera. Nos costó cada billete 3,20 euros y nos llevaba directo a El Pireo.
Antes, cuando cogimos las maletas en las cintas del aeropuerto, había una caseta de información turística con una pava que era una borde. No me dio opción a muchas preguntas, así que cogí planito del recorrido que hacía el autobús por si acaso.
No sabíamos si era la última parada o si teníamos que bajarnos antes. Habíamos leído que el puerto era enorme y nosotros íbamos cargados como mulas. Como para equivocarse!
Tardamos unos 45 minutos en llegar a las proximidades del puerto, íbamos contando las paradas, pero aquello era un poco lío. Decidimos bajarnos cuando se bajaran la mayoría, así que allá que nos plantamos en el principio de Akti Poseidonos, que era la calle donde se supone que estaba la oficina de Anek Lines (la compañía de ferries)
Menos mal que llevabamos tres candados y pudimos hacer un apaño atando las mochilas a la maleta grande. El que quisiera llevarse eso lo iba a tener complicado, jajaja.
Nos fuimos corriendo a las oficinas de Anek Lines, justo en la otra punta del puerto, recogimos los billetes y nos fuimos a la oficina de Blue Star a recoger los de vuelta desde Mykonos, por si teníamos algún problema para ir al puerto de allí.
Por fin nos fuimos a Atenas en metro. Antes de subir compramos los tickets en ventanilla para evitar confusiones tontas: 80 céntimos cada billete hasta Monastiraki.
En la estación de metro de Piraeus hay servicios y CONSIGNAS con unas taquillas enormes a 3 euros por las 24 horas. Cágate lorito.
Por fin llegamos a Atenas. Casi lloro de la emoción. No es una ciudad que te impresione por su belleza al principio ni por nada en especial, pero tiene algo que la hace única.
Paseamos por Plaka, por los Jardines Nacionales y subimos por Anafiotika. Queríamos haber entrado a la Acrópolis o haber subido a la colina de Filopapo, pero no nos daba tiempo a nos ser que nos diéramos mucha prisa. Optamos por pasear tranquilamente y volver al puerto tranquilamente a pesar de perdernos el atardecer en Atenas. Otra vez será, una excusa para volver.
Cuando subimos nos pasaron a recepción, le dieron las llaves a un botones y nos llevaron al camarote. Yo flipé en colores, pero no es para tanto, el camarote era bastante cutrecillo, aunque para hacer el apaño estaba muy bien. Tenía el baño con toallas y jaboncitos.
El ferry salía a las 22:15h. desde El Pireo y llegaba a Santorini a las 8:15h. Nos costó 55 euros a cada uno.
Antes de que zarpara nos dimos una vuelta por el barco. Aquello estaba de lo más animado. La gente que no había pagado camarote o asiento pullman (como los de los aviones) se estaba acoplando por los pasillos con los sacos de dormir. Yo pensé que no merecía la pena ahorrarse 20 euros y pasar esa noche de perros durmiendo en el suelo.
Las cafeterías estaban atestadas de gente, no quedaba ni un solo sitio libre. Subimos a cubierta y nos acoplamos en una de las mesas, supongo que la habrían abierto hacía poco porque todavía quedaban bastantes sitios libres. El hambre apretaba, así que nos pedimos un par de cervecitas “Hellas” y nuestro primer Gyro.
Yo tengo el sueño muy ligero, pero estaba tan encantada con el viaje, con tantas ganas de llegar a Santorini, que a pesar de haberme despertado un montón de veces y del movimiento del barco, ni me mareé ni pasé mala noche.
El barco iba haciendo paradas en Paros, Naxos e Ios. Sobre las 9 de la mañana llegamos a Santorini, casi una hora de retraso. Antes nos dio tiempo a desayunar en el barco.
El señor nos dijo que teníamos que esperar a otra pareja. A los 3 minutos como mucho, nos dijo “Go” así que nos montamos en el minibús los dos solos y pensé que qué poca paciencia tenían los Santorinos (o como se diga), el conductor había dejado tirados a los otros.
El minibús nos dejó en Firostefani, el barrio alto de Fira, en un edificio que a mí se me antojó feo y mal ubicado. La señora de los apartamentos nos tomó nota y nos dijo “Volved a las 12”. Si más.
Yo me mosqueé un poco, porque pensaba que nos la habían colado. Que habíamos reservado en un sitio y al final nos habían colocado en otro edificio sin vistas. Estaba totalmente desubicada. De hecho una pareja de italianos nos preguntaron por dónde estaba el centro, y los mandé en dirección contraria.
Compramos un par de esterillas de camino a 2,50 euros y una botella de litro y medio de agua a 60 céntimos. De camino a la estación de autobuses seguía rallada pensando en los apartamentos y que no he pagado 96 euros para estar en un zulo. De repente nos encontramos con un edificio al borde del acantilado con el nombre de nuestros apartamentos “Kafieris Apartments”. Pensé “Ya está, serán varios edificios de la misma dueña, seguro que luego nos llevan al nuestro, al de las vistas a la caldera”
Llegamos a la estación de autobuses, hicimos fotos a los horarios para tenerlos siempre a mano y cogimos el primero que iba a alguna de las playas. Cogimos el que iba a Perissa, aunque nos bajamos en Perivolos. Nos costó 2 euros.
La playa no es gran cosa, es de arena negra y es bastante familiar, pero al menos el agua está limpia y no está atestada de gente. Estuvimos un par de horas.
Cuando llegamos a los apartamentos, la señora nos llevó a nuestra habitación. Yo le pregunté si éste era nuestro alojamiento, que no lo reconocía según las fotos que había visto en la web. La señora me miró extrañada. Me dio un folleto y me dijo que sí, que la terraza que viene en la web es la que está en la tercera planta. Pero nuestra habitación estaba en la planta baja. Tela. Para eso había renunciado a otros sitios, para comerme la habitación del bajo. Menos mal que la habitación era grande y tenía una pequeña terraza.
Nos pedimos las dos Mythos de rigor, una moussaka, calamares plancha, ensalada griega, queso feta asado y un café frappé. Todo por 34 euros. Para ser agosto y para estar en Santorini, yo no lo ví caro. Estamos de vacaciones y estamos pidiendo a la carta, creo que Grecia es un paraíso del buen comer.
Casi a punto de reventar nos echamos una charlita con el camarero, que nada más entrar y decirles yasas, nos pregunta si somos españoles. El colega habla perfectamente español porque resulta que se ligó a una española, le hizo una niña y ahora va cada vez que puede a Barcelona a ver a su hija. Muy majo el chaval. Recomiendo el sitio, el mejor frappé y los mejores calamares de todo el viaje.
Nos damos otra vuelta, hacemos unas fotillos y nos cogemos el autobús de las 18:15h. hacia Oia. Cuesta 1,40 euros cada ticket. Al llegar a Oia se ve la multitud de gente en tropel yendo hacia la parte donde se ve el atardecer. Nosotros nos damos una vueltecilla por las callejuelas que bajan sin detenernos a ver la puesta de sol. Todavía falta una hora y nos da tiempo a ver el pueblo en condiciones. La primera vez hice el canelo porque me quedé una hora esperando que se escondiera el sol. Para mi gusto, con tanta gente es una chorrada, todo resulta muy artificial y el pueblo es precioso como para perdérselo.
Nos dimos unas vueltas por el centro y por la caldera antes de subirnos a los apartamentos a cenar algo de embutido que traíamos de España aderezado con cervecita y algún que otro piscolabis. Nos acostamos pronto porque estábamos reventados y a la mañana siguiente había que bajar las escaleras hacia el puerto antiguo y queríamos levantarnos pronto.
A las 11 menos diez llegamos al puerto, el barco venía con retraso, así que nos dio tiempo a comprar agua y a echar otro café. Para protegernos del calor íbamos de incógnito con gorra y gafas de sol. Se me ha olvidado decir que desde que volví de Grecia no he vuelta a echarme body milk, porque cada día la operación crema era agotadora: Protector solar del 50 en todo el cuerpo antes de salir del hotel y varias veces al día para no achicharrarnos y después de cada ducha after sun. El día de la excursión yo me achicharré un trocito en la nuca. Se me puso fosforito, mudé la piel y se me volvió a poner moreno en los diez días del viaje.
Iba alguna parejita de españoles, pero sobre todo italianos. Me sorprende en ese momento que hay más de una persona que me suena la cara y sólo llevamos dos días en la isla. Es increíble, pero nos seguirá pasando todo el viaje. Hemos hecho una ruta muy trillada.
El barco llega al volcán y la guía nos dice que no nos separemos de ella porque luego vamos a cambiar de barco para ir a las “Hot Springs”. Empezamos la marcha hacia la cima del volcán después de haber pagado los dos euritos de rigor. El camino no se hace pesado porque la guía va contando cómo se formó el volcán. Aunque es en inglés se entiende bastante bien porque los griegos tienen una pronunciación muy parecida a los españoles.
En la subida veo con horror que hay muchísima gente, sobre todo americanos, con chanclas con la suela finilla y requemados del sol. Hay un par de chicas que me dan mucha pena, tienen sarpullido por todo el cuerpo, y aun así van en bikini y mini short.
Cuando bajamos del volcán hay un barco de madera típico para turistas. En este nos llevan hacia Palea Kameni, para bañarnos en las Hot Springs. Vamos asaditos de calor, así que un refrescón nos va a sentar de lujo. Antes de llegar surgen las dudas de mi novio acerca de dejar las mochilas con las cámaras y todo en el barco. Yo intento convencerle de que no pasa nada, pero no se lo cree del todo. Al final, parece que se queda más tranquilo poniéndole un candado a la mochila. Yo debo ser muy ingenua, pero tampoco me han robado nunca. La verdad es que una de las cosas que me sorprenden de Grecia es lo confiada que es la gente. Yo encantada, porque voy por la vida como si nunca pasara nada, alguna vez me han dicho que cualquier día me dan un susto.
Fuimos deprisa a comprar los tickets y nos dio tiempo a coger el de las 2 y pico. Creo que era cada 20 minutos. El coste es de 4 euros cada uno.
Nuestra intención era comer algo rápido para coger el autobús hacia la playa roja que salía a las 3 y media. Nos fuimos al Lucky Souvlaky y nos tomamos 2 falafel pita, 2 souvlakis de pollo y 2 Mythos de medio litro: 12 euros.
Nos fuimos tranquilamente para la estación. En esas, que veo que sale un autobús como los que van a Akrotiri, y le digo a mi novio si no habrán cambiado los horarios. Eran las tres y cuarto. Efectivamente, era nuestro bus. Habían cambiado los horarios esa misma mañana. Joder, ¿y ahora qué?
Nos hacemos un millón de fotos, hace muchísimo viento. No nos atrevemos a meternos en el jacuzzi que hay en la terraza. Viene una parejita de italianos y dando alaridos por el frío se meten en el agua, jajajja. Me parto de la risa, qué pena que haga tanto aire porque yo no me voy sin probarlo.
Cuando nos llega el turno nos dan una mesa en una esquina de la terraza con toldo, yo mirando la pared. No me importa mucho normalmente, pero en Santorini, como que me fastidia un poco.
Aún así, estoy muy emocionada y no voy a permitir que nada me chafe el momento. Me reboté un poco con el tema de la habitación, lo demás voy a dejar que fluya, no puedo ser tan controladora y esperar que todo salga a la perfección.
Nos pedimos una jarra de vino blanco de la casa, una ensalada Santorini para compartir, mi novio un plato de pez espada a la plancha, verduras y tzakiki. Para mí un plato de cordero con queso y hojas de parra, con patata cocida y arroz. Todo por 32,80 euros.
A mí no me entusiasmó demasiado, de hecho no lo recomiendo. Será porque iba con demasiadas expectativas.
Nos levantamos tempranito para coger el autobús de las 10 y poder ir temprano a la playa roja. Desgraciadamente, en Santorini tienen la costumbre de salir un par de minutos antes, y perdimos el autobús. El siguiente no es hasta las 11 y cuarto. No sabemos qué hacer. Finalmente hacemos tiempo tomándonos un café y nos vamos a la playa roja. El billete de autobús nos cuesta 1,70 euros a cada uno.
En la playa roja no había nada para comer, sólo el señor de la fruta, así que cuando llegamos a Fira nos fuimos como locos hacia el “Lucky Souvlaki” a tomarnos unas cervecitas bien frías y un gyro. Sólo 6 euritos y qué contentos.
Eran las 9 y media cuando estábamos entrando en Fira, así que nos decidimos a probar suerte en la Taberna Nikolas. Ya la teníamos localizada porque la habíamos visto el día anterior, es muy fácil de encontrar, está en la calle principal: Erithrou Stavrou.
Me quedé con ganas de entrar al Club 33 y pegarme un baile con los autóctonos. Es un bar de copas donde ponen música griega, la gente baila sirtaki y lo flipas con las chicas por como mueven las caderas, vamos que Shakira se queda en mantillas. Pasamos al lado del Two Brothers y también me dieron ganas de entrar a tomarme una Mythos a 3 euros, pero mi novio no estaba por la labor, así que a la caldera y a dormir que al día siguiente tocaba madrugón para coger el barco a Naxos.
Nos recibió Anna María. Es una señora de cuarenta y tantos, con un aspecto también muy italiano, como sacada de una película de Vittorio De Sica.
Estaba limpiando una habitación, así que le indicó a su hijo que nos acomodara. La habitación no nos gustó mucho, porque estaba justamente en la entrada y por la única ventana nos podía ver todo el mundo. Aún así, todo estaba muy limpito y ordenado y no nos importó demasiado. Además era muy barato: 65 euros la noche con desayuno y transfer incluido.
No podíamos con todo, yo estaba super cortada, no entendía este recibimiento tan espectacular, vamos no daba crédito. La señora extra simpática y amable, un pasón. Nos dijo que después de esto nos teníamos que ir a echar la siesta. Y yo pensando, “no le des ideas que nos tenemos que ir a la playa”, jajajaja.
Estuvimos hasta las 18h. Nos volvimos a Chora (así es como se le llama a algunas capitales de las islas) para ver la puesta de sol desde El Café del Mar. Muy bonito, pero nos cobraron 8 euros por 2 cervezas. Es lo que tiene ser tan borrachuzos.
En la agencia tuvimos una escena curiosa. No me querían dar los tickets porque no llevaba el DNI. Les dije que era la primera vez que me lo pedían, pero que lo entendía, así que les dije que no me importaba volver al día siguiente. Me dijeron que me esperara, que me los iban a dar ¿? Total, que el chaval que me atendía cuando vio que era española empezó a cantar el Chiqui Chiqui y yo me descojonaba mientras le respondía con la canción de Eurovision griega, la de Kalomira (Secret Combination). Me miró alucinado, y no es para menos, jajaja.
Continuará...